"Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande"
Cuentan que hace mucho, en un lugar alejado en medio del
bosque, en un pueblecito vivían dos mendigos, uno ciego y otro sin piernas.
Ambos competían por las limosnas de los pueblerinos intentando dar más pena y
lástima que el otro. Era una guerra sin cuartel, sorda y alejada de la
superficie. Luchaban por ser más rico que el otro, y a raíz de esa lucha surgió
el odio.
Un día de tormenta, con rayos y truenos, sus lamentos se hacían
más audibles. “No puedo ir a refugiarme, no tengo piernas para ir bajo techo.
Soy el más desgraciado de todos” decía uno al son que unas cuantas monedas
caían delante de él. “No puedo irme a ningún sitio, no veo y podría caerme por el precipicio. Mi
desgracia es la mayor de todas.” repetía el ciego mientras otras tantas monedas
se apilaban a sus pies. El odio que sentían hacia el otro les incitaba a gritar
más y más.
De repente un rayo cayó en un árbol y el fuego surgió. Y de
este a otro árbol, y a otro y a otro. El incendio era devastador y violento.
Los habitantes del pueblo huían asustados, haciendo oídos sordos a los gritos de ayuda de los dos mendigos,
destinados a morir en el fuego. La solución era clara, y ambos la sabían: el
mendigo ciego llevaría en hombros al mendigo sin piernas mientras este le
guiaría hacia la salvación. Su odio y orgullo, sin embargo, hicieron que
muriesen abrasados.
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