"El problema de mi vida ha sido que siempre he sido un adicto al caos"
Casablanca. Diez millones de
personas, aproximadamente, en la mayor ciudad de todo el continente. Modernismo
y tradición chocando. Coches, tráfico y pitidos. Pitidos crueles. Pitidos
irritantes y continuos que ensordecen el horizonte de ira y estrés. Un sinfín de
coches que llenan la mezquita y te transportan hasta la antigua medina, donde
cientos de mercantes te persiguen a grito de habibi. Caos, bullicio y colapso.
Más barato que Mercadona, sea un abrigo, una alfombra o aceite de argano nacido
de semillas de girasol.
Casablanca, centro de negocios e
industria de todo un continente y principal foco de ruido. De ese ruido que no
solo se oye, se siente.
Yo no quiero ser Casablanca. Yo
quiero ser un pequeño oasis en lo más profundo del desierto.
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