"Buscar la felicidad es solo el pretexto para ser aún más infelices..."
Pasó
el fin de semana. Uno de tantos otros, con sus más y sus menos. Pasó también el
lunes con su mala leche y sus ajetreos laborales. Y el martes te da la
bienvenida con una vista llena de niebla que ciega las luces, aún escasas, de
la calle.
Como cada día el coche te lleva a la estación de tren, y este al centro de la ciudad. La rutina sigue, día tras días, impasible. No importa si hace frío o calor (una chaqueta, un jersey ponen solución). Tampoco importa que el sueño, tu enemigo desde la infancia, azote sin compasión. Ella es más fuerte, más poderosa. Tanto que esclaviza a millones de persona año tras años, día tras día. Hora tras hora.
El viaje al trabajo se hace más largo de lo habitual, aunque las agujas del reloj tarden lo mismo que cada día en hacer su recorrido. Supones que son las ideas que te rondan por la cabeza, que te hacen sumergir en tu mundo de fantasmas y princesas, lleno de esa niebla que te saludó al despertar. Que será el pensamiento, que jamás para. Como las manecillas de un reloj o las aspas de un molino, parece existir un viento que no deja de soplar, haciendo que gire y gire hasta aburrir a la misma eternidad. No sabes porqué tienes estos pensamientos. Quizá sea un medio para subsistir (algo así como una senilidad prematura), algo para alejar los otros pensamientos que, atentos, acechan en la oscuridad, esperando el momento oportuno para atacar como rapaces. Y, como lo que son, atacan por las espalda, a traición. Es el tercer día que lo hacen, siempre siguiendo el mismo modus operandi. Empiezan con una simple pregunta lanzada al aire, “¿como puede recriminarte algo?”. Y la máquina se pone a funcionar. “Si únicamente te da señales de vida cuando necesita que la vayas a buscar o cuando los otros no dicen nada”, “no eres más que un plato de segunda mesa”, “¿qué querrá? ¿Por qué esta actitud ahora, cuando el sábado no fuiste más que una mera sombra en la oscuridad?”. Una y otra vez atacan sin compasión. “¿Qué espera de ti? ¿Qué esperan –ella, los otros, el mundo- de ti? No eres más que un hombre”. Desde aquél e-mail –medio gélido para hablar, más si tiene tu teléfono y sabe que estarás donde ella diga en un chasquear de dedos- pidiéndote, de una forma muy sutil, educada y fría, la razón de por qué te fuiste sin decir adiós y por qué no respondiste al correo ipso facto.
Quizá
sean las ansias de la juventud o el egoísmo inherente a los hombres. Quizá sea
algo distinto, no lo sabes. Pero no te hace gracia que, teniendo en cuenta que
jamás responde un email, que da señales de vida de pascuas a ramos y que sabía
como estaba el recinto del sábado –abarrotado, tan lleno de gente que impedía
el paso- y que ella estaba en la otra punta con el chico de las caricias
ausentes, dejándoos a tus amigos y a ti –por cierto, los inocentes que la
lleváis cual princesa- en medio de aquél mar de personas. Quizá sea que lo
quiere todo. Sólo “quizás”, estúpidas conjeturas sin fundamento aliñadas por tu
corazón, incapaz de alejar aquellos sentimientos que alberga.
Tan fuertes y malvadas son las ideas que ni con el trabajo logras quitártelas de la cabeza. Al fin y al cabo sabes que lo único que pretende es interesarse por tí.
¿Qué
espera de ti?”. Sólo eres un hombre. Sólo un hombre.
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