"One never knows the ending. One has to die to know what happnes exactly after death"
Nací en el seno de una familia muy humilde, una de aquellas
que apenas podía comer más que arroz y en la que la carne o el pescado era todo
un lujo. Pero por azares del destino, Dios, el Universo o quien quiera que guíe
nuestras vidas, me dotó con una gran capacidad para el deporte. Si me cuidaba,
si entrenaba y ponía todo el esfuerzo del mundo, podía sacar a mi familia de la
miseria.
Un día lluvioso, entrenando, resbalé y caí de tal forma que
mi pierna se rompió por tres lugares, mi cadera se desencajó y mi carrera
deportiva terminó sin haber empezado. Todas nuestras esperanzas, disueltas en
lágrimas amargas. Sin embargo, mientras yo caía, mi país entró en guerra con el
país vecino. El ejército, como no podía ser de otra forma, vino a mi aldea a
reclutar a todos los chicos en condiciones de luchar. Yo no fui uno de ellos y podía gozar viviendo más años.
En aquella guerra murió mucha gente, demasiada, pero a los
supervivientes, y en medio de grandes celebraciones, les dieron una cuantiosa
remuneración vitalicia. Nosotros seguíamos en la miseria, y los que habían ido
a la guerra eran, ahora, pudientes. Sin embargo, una ola de crímenes y robos
acabó con sus vidas con nocturnidad y alevosía y su fortuna desapareció. Como
yo era pobre, seguí vivo, y entrenando a un equipo deportivo de niños de la
aldea.
Nos jugábamos el campeonato infantil y el día señalado, una
enfermedad me impidió dirigir al equipo y me obligó a guardar reposo en mi minúscula casa, lejos de la aldea. De nuevo,
mis sueños y alegrías se veían frustrados. Sin embargo, los niños jugaban
cuando un temblor partió el campo por la mitad, creando una de las mayores
catástrofes naturales que se recuerden.
Viéndome con vida y sin
aldea, decidí ir a probar fortuna a la gran ciudad. Hablaban otro idioma, y las
posibilidades de encontrar un trabajo que me sustentara menguaban a cada
instante. ¡Ya podía haber aprendido todos los idiomas del país! Sin embargo,
el equipo de la ciudad fichó a un joven prometedor que solamente hablaba el
mismo idioma que yo, así que el club me fichó para ayudarle en los entrenos.
Aquél equipo no levantaba cabeza, a pesar de tener grandes
jugadores. Los malos resultados venían uno tras otro. Como siempre, iba a caer a la peor de las situaciones, pues la destitución del técnico era inminente. Sin
embargo, cuando se produjo, la única opción para el banquillo fui yo. Y aquí
estoy, entrenando a un equipo de primer nivel, comiendo carne y pescado a diario y, por curioso que parezca,
teniendo buenos resultados.
Sin embargo, he aprendido que todo puede torcerse para
volverse a enderezar.
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