sábado, 14 de febrero de 2015

Y el orgullo ardió



"Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande"


Cuentan que hace mucho, en un lugar alejado en medio del bosque, en un pueblecito vivían dos mendigos, uno ciego y otro sin piernas. Ambos competían por las limosnas de los pueblerinos intentando dar más pena y lástima que el otro. Era una guerra sin cuartel, sorda y alejada de la superficie. Luchaban por ser más rico que el otro, y a raíz de esa lucha surgió el  odio.


Un día de tormenta, con rayos y truenos, sus lamentos se hacían más audibles. “No puedo ir a refugiarme, no tengo piernas para ir bajo techo. Soy el más desgraciado de todos” decía uno al son que unas cuantas monedas caían delante de él. “No puedo irme a ningún sitio, no veo  y podría caerme por el precipicio. Mi desgracia es la mayor de todas.” repetía el ciego mientras otras tantas monedas se apilaban a sus pies. El odio que sentían hacia el otro les incitaba a gritar más y más.

De repente un rayo cayó en un árbol y el fuego surgió. Y de este a otro árbol, y a otro y a otro. El incendio era devastador y violento. Los habitantes del pueblo huían asustados, haciendo oídos sordos a los gritos de ayuda de los dos mendigos, destinados a morir en el fuego. La solución era clara, y ambos la sabían: el mendigo ciego llevaría en hombros al mendigo sin piernas mientras este le guiaría hacia la salvación. Su odio y orgullo, sin embargo, hicieron que muriesen abrasados.

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