"La mentira no para de ofrecerte planes, y tú sigues esos planes, malgastando tu vida"
El trono no es más que un símbolo, una silla a la que le
otorgas poder, riqueza y sumisión. No es más que una silla, pero la anhelas, te
anclas, suspiras y mueres por sentarte en ella. La quieres. La necesitas. Sin
ella no serás tú, no te habrás completado, no te habrás realizado y, más que el
éxito, el fracaso se habrá apoderado de ti. Un símbolo, una silla.
Como el animal que eres, la bestia que hay en ti. Domínala, duérmela.
Reprímela. Sólo así, asesinando tu tú más auténtico, serás tú. Viste bien, sé
respetable, sé educado y todos los domingos, sin falta, a misa de doce, no vaya
a ser que piensen mal de ti. ¿Qué importa lo que seas, quien seas, lo que
realmente quieras? Lo importante es lo que digan de ti. Eso, y nada más, serás
tú. Y recuerda que el chocolate engorda y tú estás a dieta. Reprímela. Reprímela.
Reprímete.
Más y más. Más dinero, mejor trabajo para tener una
televisión más grande y un coche más caro. Aguanta la ansiedad y llena el vacío
de tu estómago con otra cena en el de cuatro estrellas Michelin, aunque el
vacío seguirá. Tú eres lo que los otros ven, así que esfuérzate en que vean lo
mejor. ¿Qué importa quién seas? Quieres el trono. Necesitas sentarte en él.
Quieres la sumisión que te ata.
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