"Un instante es la eternidad. Eternidad es un instante. Cuando ves todo como un instante, comienzas a ver"
Cuatro
gotas ponen fin al fin de semana. El sábado se te presentó con un mensaje invitándote a un amigo y a ti a su cumpleaños. Ir, no ir… sólo tienes dudas. La semana no ha sido fácil.
Demasiados fantasmas en la cabeza y el maletín repleto de problemas laborales.
Y ella, el Casper que te ronda cuando apagas las luces. Sabes que vas a ir,
dejas las dudas en la esquina y te arreglas sin más.
Tras algunas copas con tu amigo, os reunís con ella. Otra
copa más y te proponen ir a la discoteca. No puedes dejar de mirarla. Es tan
bonita, parece tan frágil que despierta demasiadas cosas en ti. Darías lo que
te pidieran por abrazarla y hacerla tuya, cuidarla para siempre y protegerla de
todo. Pero al entrar al local se abraza a otro chico y, por un buen rato, la
pierdes de vista. “Creo que nos usan de chofer y de anzuelo para los celos”, te
comenta tu amigo mientras bebe de su botella. Los ves en un rincón, hablando,
sonriendo, sin apenas tocarse pero sin dejar duda de lo que flota en el
ambiente. Y entre estruendos de guitarra y batería, el corazón se te deshace.
Esta noche ni el alcohol puede darte consuelo. Dos vidas, y las de aquellos que
puedan pasar por tu lado a ciento cincuenta, dependen de ti. Y el espíritu
protector siempre te vence.
La ves ahí, mirando con ojos húmedos, ávida por caricias
que llegan a cuenta gotas. No comprendes como existen personas que ven piedra
donde hay diamante, y las que veis la joya, os toca quedaros, de nuevo, con el
perro. Cuando los dados se tiran, la suerte está echada y ni lamentos ni lloros
la cambiarán. Así es la vida, unas veces se gana, la mayoría se pierde y no
queda más que conformarse con un “te aprecio mucho” que apesta a vodka.
Entre quebraderos de cabeza y fantas de limón, las horas
pasan. Canción tras canción, cigarro tras cigarro, mirada tras mirada. “Y si
muero qué es la vida, por perdida ya la di” recuerdas mientras te diriges al
retrete. “Ojalá fuera todo tan fácil como mear”. Al volver te fijas en que está
sola. Le han dado plantón. Sin entender el mundo, vas a la barra y tiras la
casa por la ventana: “una cerveza, por favor”. Y poco a poco, sin avisar, llega
la hora del cierre. Pero justo antes, sin aviso previo, al DJ no se le ocurre
otra cosa que pinchar aquella canción, la que pasará a la historia como la
banda sonora de aquella noche. Cantaban Y&T “forever yours”. Trago a la
botella, coges a los dos ebrios y a fuera, al coche, a poner punto y final a
aquella tortura… pero no. Con una voz medio alcoholizada medio suplicante te
ruega que vayáis a algún sitio, aunque sea a la playa a ver amanecer. No es
aconsejable ser buena persona, puedes terminar paseando solo por la arena,
descalzo y con los pantalones remangados hasta media rodilla, mientras los que
están bajo los efectos del alcohol ríen en la distancia sólo Dios sabe de qué.
De esta forma escribes los últimos renglones de un fin de
semana que más vale olvidar. Pero al fin y al cabo ella estaba contenta, y con
eso te conformas.
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