"El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional"
Cuentan que en una época pasada, en un país remoto, un
hombre seguía una rutina muy marcada. Al despuntar el alba se acicalaba, desayunaba
e iba al mercado. Todos los días de cada mes el hombre seguía este protocolo,
temeroso de romperlo por si el mal se escondía tras una esquina.
Cierto día, tras su refrigerio matinal, salió hacia el
mercado, y entre el gentío vio a la muerte esperándolo y como hacía un gesto
amenazador. Asustado, el hombre escapó del mercado, huyendo a casa de un muy
querido amigo suyo. “Por favor, amigo –le dijo-, préstame un caballo veloz,
pues tengo que irme al pueblo vecino para escapar de la muerte que me acecha”.
Tras prestarle el caballo más veloz, el amigo partió al
mercado. Y, también él, encontró a la muerte entre el gentío. “¿Por qué has
acechas a mi amigo? ¿Por qué le haces esos gestos amenazantes?”. “¿Amenazas? –preguntó
la muerte-. Era un gesto de sorpresa al encontrarlo aquí, pues esta noche debo
reunirme con él en el pueblo vecino”.
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